Redacción: Astrid Lindo Fuentes
Nuestro país, como otros países del continente y del planeta, han luchado a través de la historia por causas políticas, religiosas, económicas, deportivas, de género y otras, con un componente común, demostrar quién tiene mayor fortaleza o poder.
Estas luchas en más ocasiones que las que han sido necesarias (si es que ha sido necesario lucharlas en lugar de buscar soluciones conciliatorias), se ha utilizado la violencia en diferentes versiones: emocional, verbal, económica, simbólica, física y otras. Estas luchas han causado muchas muertes, muchas más que las físicas y que las inmediatas, han generado muchos dolores, muchos más que los personales, y, sobre todo, han promovido más patrones de comportamiento que nos han llevado a más luchas, más intolerancias, más violencias y más muertes que continúan.
En este caso nos vamos a enfocar en aquellas violencias que van dirigidas a las mujeres y específicamente por el hecho de ser mujeres, como es el feminicidio.
Aunque ha habido muchas luchas de las mujeres por el reclamo de sus derechos, sobre todo a partir del siglo 20, y en los ámbitos educativo y laboral se han alcanzado logros importantes, en los combates hemos tenido una desventaja muy grande. Históricamente hemos sido socializadas para someternos y no para buscar nuestros propios caminos, para tomar decisiones, lo que es peor, para poder darle forma a nuestros propios deseos, y cuando creíamos darle forma, estos tenían que ver con nuestra entrega en servir a las demás personas y ayudar a que los hombres lograran sus objetivos, que aparentemente eran más claros que los nuestros.
Alimentaron nuestras infancias con cuentos en los que las jóvenes sufrían lo indecible hasta que se aparecía el príncipe, las rescataba de sus sufrimientos, se casaba con ellas y eran felices para siempre. Sin embargo el cuento se terminaba cuando comenzaba su felicidad sin ofrecer modelos de cómo conservarla. Con frecuencia las niñas se identificaban con el sufrimiento, ya que eran víctimas de violencia intrafamiliar y de otros tipos de violencia fuera de casa, sin embargo, cuando el príncipe encantado aparecía en forma de sapo, por muchos besos que le diera, como sapo se quedaba, o lo que es peor, se encontraba con el príncipe que al poco tiempo se convertía en sapo.
La historia del amor eterno no parecía realizarse y la chica seguía siendo víctima de la violencia. También alimentaron nuestra infancia con muñecas, juegos de cocina y otros similares, para prepararnos para las tareas reproductivas, que aunque muy necesarias son muy poco valoradas y no tienen ninguna remuneración monetaria, además de promovernos demostración de emociones de afecto y el espíritu de servicio a las demás personas.
También alimentaron las infancias de niños y niñas, sobre héroes hombres que defendían sus patrias matando a otros hombres que como ellos, tenían familias y seres queridos. Los hombres y mujeres que se arriesgaban salvando vidas en los hospitales no parecían igualmente heróicos. Nos alimentaron también con canciones infantiles que naturalizaban roles de género como: “Arroz con leche me quiero casar, con una señorita de la capital, que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar… con esta sí, con esta no… con esta señorita me caso yo” canción en la que no solamente está definido un rol para la mujer, sino la potestad del hombre para escoger y decidir con quien se quiere casar, independientemente de la voluntad de la mujer. También recuerdo una terrible rima que se recitaba como juego y llevaba naturalizado el feminicidio: “Chico Perico mató a su mujer, hizo tamales para ir a vender y no le compraban porque eran de su mujer”
A los niños los alimentaron con balones, carritos, armas de juguete y muñecos de héroes superpoderosos, juegos y deportes orientados hacia la competencia y la demostración de fuerzas. Con ese régimen nutritivo de valores diferentes pero complementarios se fueron criando niños autoritarios que exigían obediencia y niñas dulces que ofrecían sumisión.
A pesar de todo, las niñas comenzaron a tener más acceso a la educación formal tanto a nivel básico como medio y superior y las mujeres más acceso al ámbito laboral, aunque manteniendo brechas importantes relacionadas con la cantidad de espacios disponibles, los mínimos espacios en los cargos de toma de decisiones y el salario recibido y alcanzar los espacios. Por lo general, parece implicar mucho más esfuerzo y preparación que para los hombres.
El camino hacia la igualdad en el ámbito público pareciera irse siguiendo por parte de las mujeres teniendo que sortear muchos baches y túmulos, usando zapatos y ropa incómoda que permita caminar con mayor libertad. Esta inserción, en muchos casos es bien vista y no genera una amenaza al concepto de feminida, salvo en el caso de tareas que requieren de mucho trabajo físico, de razonamiento abstracto o, en algunos casos, de toma de decisiones.
Con más lentitud que la inserción de las mujeres al ámbito laboral, algunos hombres hacen algunos intentos por insertarse en el ámbito doméstico, haciendo algunas tareas consideradas tradicionalmente femeninas, sin embargo, estas tímidas inserciones, en muchos casos, todavía son vistas como una amenaza a su virilidad.
Con los cambios dispares que se van dando, muchas mujeres, aunque no suficientes, van alcanzando un grado importante de independencia que los hombres, en general no han alcanzado, ya que todavía dependen de la mujer en el área doméstica.
Las desigualdades mencionadas, son y han sido violentas por sí solas y siguen generando diferentes tipos de violencia, no solamente física, sino también económica, patrimonial, simbólica, emocional, psicológica, verbal y otras. Aunque pareciera que solamente la violencia física puede llegar a producir la muerte de una persona, la económica, emocional y psicológica también pueden causarla, aunque de manera más lenta y menos notoria, en forma de enfermedades crónicas e incluso suicidios.
Dentro de todo este contexto de desigualdades entre géneros, se ha ido tomando cada vez más conciencia de los feminicidios, que, como decíamos, se trata de asesinatos que van dirigidos directamente a mujeres y por el hecho de ser mujeres. Algunas personas cuestionan por qué tanto énfasis en asesinatos dirigidos a mujeres cuando en realidad son más los hombres quienes son víctimas de asesinato, lo cierto es que hay diferencias entre ambos tipos de asesinatos, dado que quien normalmente es quien comete el delito es un hombre, dado que son los hombres los que han sido socializados en la violencia, sobre todo la violencia física y que el motivo del feminicidio está simplemente relacionada con asuntos de género y no de venganzas, hurtos u otros motivos.
El feminicidio está íntimamente relacionado con otras manifestaciones de violencia hacia las mujeres. Según datos de la PNC, presentados en la Boletina de Ormusa, para el primer trimestre de 2018 fueron denunciados 1 mil 515 delitos contra mujeres; 318 por violencia intrafamiliar, 962 delitos sexuales, 121 mujeres desaparecidas y 114 feminicidios. Esta última cifra representa un 20% más que el año pasado para el mismo período y de los cuales 10 fueron hechos por la pareja, tres más que el 2017 para el mismo período, además de darnos el vergonzoso galardón de ser el país con el índice más alto de feminicidios en el mundo.
La prevención del feminicidio de manera más inmediata, tiene que ver con estar alertas a diferentes tipos de violencia hacia la mujer, para los que ISDEMU ha generado un violentómetro con las diferentes conductas que nos tienen que alertar para poner a tiempo una denuncia que pueda evitar que las manifestaciones de violencia sigan creciendo hasta llegar a fatales consecuencias.